
Camino al cielo
Eduardo Galker
La tiza dejaba su trazo sobre la vereda. Las puras cuadrículas parecían refugios de la inocencia. Mágicas estaciones que una vez completadas daban lugar al salto hacia la gloria. Después, abrazando la dicha lograda, debían retornar al punto inicial, desandando el camino hecho.
Las niñas saltaban una y otra vez hasta el número que correspondía para levantar la prenda arrojada. Pisar una de las líneas representaba perder lo conquistado, aunque el desaliento sólo duraba hasta que volvían al punto de partida.
El mohín de desagrado y las expresiones junto a los gritos agudos y pequeños al igual que sus cuerpos, se mezclaban con la algarabía reinante llenando el barrio de alegres gorjeos.
De regreso al hogar, el patio de la casa chorizo se llenaba de teros que brincaban en una patita agitando sus brazos a modo de alas queriendo levantar vuelo. El golpeteo de sus saltos en el suelo marcaba el ritmo de sus corazones.
Los trozos de tiza tirados en un rincón mostraban en un rictus sus caras partidas. Pasado el ajetreo de los juegos y desdibujada por el paso de los transeúntes, felicísima la rayuela sonreía en el suelo.