
El secreto de las chicas
Guillermo Szac
Un impensado cambio de domicilio hizo que el traslado de mi familia se realizara a mediados del año escolar. Por eso aquel quinto grado marcaría un pasaje inolvidable en mi vida.
El colegio nuevo era una casona vieja con aulas distribuidas alrededor de un patio con piso de ladrillos. En el medio, un promontorio sostenía el mástil en el que ondeaba la bandera.
En mi primer día de clase, ojos avizores me observaban con atención: por nuevo, por origen, por gordo o por mera curiosidad. Las chicas me miraban de soslayo, como con descuido. Los chicos se regodeaban esperando el momento de medir mis fuerzas en las peleas simuladas que a diario matizaban los intervalos entre clases, y sopesar mi destreza en el manejo del balón.
El boicot hacia mi duró el tiempo suficiente para que no llamara la atención de las niñas, o el encono de algún Otelo en ciernes.
Lo que no podía comprender eran los cuchicheos y risitas que se suscitaban entre las chicas en cada recreo. Por eso, un día en que apoyado en la mampara que dividía los baños del patio para mirar solitario un picado, me llamó la atención escucharlas hablar de ciertos cambios que se producían en las formas de sus cuerpos infantiles. Por un resquicio del machimbre reseco, un haz de luz dejaba entrever el panorama fugaz de algún movimiento. Con un ojo cerrado y el otro abierto, vi cómo todas se habían formado alrededor de una compañera cuya precocidad física resaltaba a simple vista sobre las demás, y delantales arriba, describía sus progresos pectorales: una ya estaba a punto de comenzar, otra ya lo había hecho, a algunas les faltaba todavía y otras ya estaban cerca de la meta. Era como si un cincel invisible se hubiera abocado a la tarea de modelar uno de los milagros de la creación.
Yo escuchaba y veía azorado cómo los relieves orográficos descriptos eran la avanzadilla inexorables de la creciente pubertad.
De pronto, el tañido de la campana marcó el final de aquel memorable recreo, de la ya innecesaria puericultura, y el inicio de mi creciente confusión acerca de las diferencias entre los sexos.
Junto con el paso del tiempo, el misterio de ese secreto de las chicas, dejó de serlo para mí.