Por Bernardo Kliksberg (*)

El mundo post pandemia deberá enfrentar con urgencia el cambio climático. Los nuevos datos obligan a darle prioridad. La acumulación de gases invernadero, que genera el calentamiento global, siguió subiendo y la marca de mayo de 2020 es la más alta en la historia. Alcanzó 417,1 partes por millón según el Instituto Nacional de Oceanografía de USA. Al comienzo de la revolución industrial era de 280 por millón. En dicho mes la temperatura promedio fue 0.63 C mayor que en el promedio de mayo de 1981 al 2000.

La emisión de dióxido de carbono, el principal gas venenoso, bajó por la paralización de muchas economías, pero de modo reducido respecto a lo que sería necesario. Entre otros ejemplos, en New York se sigue emitiendo el 80% del dióxido de carbono que se producía antes del confinamiento.

Algunos de los impactos en curso del cambio climático y el calentamiento global:

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La ONU advirtió que es “hora de volver a la naturaleza” porque en 10 años algunos de los daños pueden ser irreversibles. En Davos (enero 2020) los líderes empresariales debatieron sobre riesgos globales, entre los que se destacaron las olas extremas de calor, la destrucción de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y la polución. En el Panel ONU, Premio Nobel advirtió que se están derritiendo los glaciares (por ej. Groenlandia, el Ártico), subiendo los mares, aumentando los huracanes, las inundaciones, sequías, la desertificación, los macro incendios de bosques (Australia, California) y la contaminación marina.

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Los impactos del cambio climático son muy superiores en los más vulnerables. El 50% de la población mundial está bordeando la pobreza, ganan menos de 5.5 dólares diarios. Entre ellos están los campesinos pobres, que dependen de la naturaleza para subsistir. En el 2019 hubo un récord de migrantes climáticos, 22 millones.

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El calentamiento global produce asimismo estrés hídrico. 2000 millones de personas viven en países que están al límite en agua, y su escasez afecta en primer lugar a los más desfavorecidos.

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En los desastres naturales que se han multiplicado son las poblaciones pobres las más indefensas. Entre otros ejemplos, fue muy claro en los terremotos de Haití y Japón. En Haití (2010) con un 80% de pobres y un Estado ausente, un terremoto produjo 316.000 muertos, y dejó sin vivienda a gran parte de su población. En Japón (2011) con 4% de pobres, y un Estado eficiente, un terremoto mayor, un tsunami y una explosión nuclear juntos, dejaron 16.000 víctimas fatales.

El mundo post pandemia debe replantearse íntegramente la relación con la naturaleza.

Se impone activar a fondo el potencial de las energías limpias. Ello es viable. Como lo muestran los países nórdicos, Costa Rica e Israel. Los nórdicos están recambiando su matriz energética, Costa Rica es uno de los países que encabeza las tablas ambientales, ya que han preservado la biosfera, impulsado la forestación y protegido los espacios naturales. Mientras que Israel, con un vasto desierto en sus inicios, es pionero mundial en cuidado del agua, forestación, y energía solar. Recicla el 80% del agua que utiliza, le sigue España, con solo el 20%. Tiene la mayor cantidad de árboles per cápita del planeta. El 20% de su electricidad viene de paneles solares, y se está incentiva a que cada familia instale uno en el techo de su casa.

El deterioro del medio ambiente, está generando a diario más pobreza y acentuando las agudas desigualdades. Como lo plantea el Papa Francisco, en su visionaria Encíclica Laudato, “Si, debe ser vigorosamente enfrentado, es imprescindible cuidar la casa común”.

(*) Bernardo Kliksberg es asesor especial de diversos organismos internacionales.