
Por Bernardo Kliksberg (*)
El hambre es el mayor escándalo ético de nuestro tiempo. A diario mueren 19.900 personas por hambre. Mata más personas por año que el SIDA, la tuberculosis, y la malaria juntos.
La situación de los niños es aún peor. Por año perecen por hambre 3 millones. La mala nutrición es la responsable del 50% de las muertes de niños menores de 5 años. Cada 10 segundos fallece un niño por hambre. Son muertes gratuitas, evitables.
En el mundo, con los acelerados avances tecnológicos en producción y conservación de alimentos, se ha multiplicado la disponibilidad de proteínas per cápita respecto a 25 años atrás. Según el Comité Mundial de Alimentos se generan alimentos para 12 mil millones de personas. La población actual es 7.600 millones.
A la luz de estos datos el hambre parece inexplicable. ¿Cómo el derecho más básico del ser humano es violado de esta manera?
Según la FAO-ONU, una de cada nueve personas tiene hambre. Hay 840 millones de hambrientos. Junto a ellos 2.000 millones están en estado de inseguridad alimentaria, no tienen alimentos nutritivos de modo regular, y 3.000 millones no tienen una dieta equilibrada.
El tema básicamente no es de la producción de alimentos, sino ante todo de acceso. El 50% de la población mundial, vive en la precariedad, gana muy poco, no le alcanza. Del otro lado 22 supermillonarios tienen una fortuna mayor a la de todas las mujeres de África.
En este contexto se entregó el Premio Nobel de la Paz 2020, a una agencia de la ONU, el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Nada más justo. Si no fuera por el PMA las víctimas del hambre serían muchas más. La agencia asistió en el 2019 a 98 millones en 88 países. Con la pandemia se agravó el problema, y las personas en inseguridad alimentaria crítica se duplicaron. Son 265 millones. El PMA reparte 15.000 millones de raciones de comida diarias. Con frecuencia con riesgo de vida. En varios países africanos hay guerras, y la situación humanitaria es catastrófica. El PMA llega a esos “infiernos”, a salvar vidas. Entre los casos más graves que asiste están Yemen, con 15 millones en hambre, República Democrática del Congo, Nigeria, Sudan del Sur, y Burkina Faso.
El Jurado del premio Nobel resaltó que “la combinación de conflictos violentos y la pandemia han llevado a un ascenso dramático en el número de hambrientos severos. El PMA ha mostrado una impresionante capacidad para intensificar sus esfuerzos”. El Secretario General de la ONU hizo un reconocimiento especial a los integrantes del PMA que perdieron la vida en sus acciones de ayuda rápida, en lugares de riesgos extremos.
Al mismo tiempo que se distinguió al PMA para que tenga más apoyo, se quiso poner en el centro de la agenda universal un tema para el que no hay excusas posibles: el hambre en pleno siglo de grandes riquezas y revoluciones tecnológicas.
Urgen soluciones estructurales. Entre ellas, aumentar la ayuda internacional a los países pobres, instituir una renta básica universal, garantizar el trabajo digno, erradicar la especulación que hace subir los precios de los alimentos, transferir masivamente innovaciones tecnológicas que fortalezcan las agriculturas de los países más pobres (son impresionantes, por ejemplo, los resultados en África de invenciones de la tan respetada agricultura israelí, y de la ayuda técnica de los países nórdicos), dar apoyo especial a los pequeños campesinos y a las cooperativas, adoptar las políticas que recomiendan las metas de Desarrollo Sostenible de la ONU para bajar el hambre en el mundo.
Al agradecer el Nobel el Director del PMA Beasley advirtió, “Enfrentaremos hambrunas de proporciones bíblicas sino actuamos”.
(*) Bernardo Kliksberg es asesor especial de diversos organismos internacionales.