
Por Bernardo Kliksberg (*)
El Huracán ETA asoló Centroamérica. Provocó grandes destrozos sobre uno de los países más pobres del mundo, Honduras, y alcanzó otros. Afectó dos millones y medio de personas en situación de vulnerabilidad social, causó 200 muertes y generó una catástrofe humanitaria. Cuando se iniciaba la ayuda, llegó un nuevo huracán, IOTA, que agravó más aún los daños.
“Es el impacto que el cambio climático está teniendo en los más vulnerables”, declaró la World Vision. “Una vez más los menos responsables por las emisiones de gases venenosos, que generan el calentamiento global, son los que más sufren sus efectos”, agregó.
Un estudio científico de origen japonés detectó que el aumento continuo de las temperaturas promedio recalienta los mares y produce otras condiciones atmosféricas que multiplican la frecuencia y potencia de los huracanes. Además, la investigación indicó que hace 50 años las tormentas tropicales típicas perdían tres cuartas partes de su intensidad en las primeras 24 horas. En la actualidad, solo pierden el 50% y llegan a tierra con capacidad de producir daños considerablemente mayores. En conclusión, llegarán más huracanes, con mayor frecuencia y de mayor duración.
El cambio climático no es un escenario posible, es lo que está sucediendo, y las severas advertencias del Panel Mundial de expertos de la ONU (integrado por 2.500 científicos de más de 100 países) que recibió el Premio Nobel, se están cumpliendo.
El mes de julio de 2020 fue el más caluroso de la historia, con temperaturas que en vastas áreas sobrepasaron los 40 grados centígrados. Los últimos cinco años fueron los más calurosos. Como predijo el Panel, los glaciares se derriten, la altura de los mares sube, aumentan los huracanes y las inundaciones. Al mismo tiempo la tierra se seca, se incrementan las sequías de larga duración, se desatan macroincendios de bosques y los campesinos de bajos recursos deben huir al no poder subsistir.
Muchos ecosistemas perecen. Está sucediendo con uno vital para el mar, los corales. Son el sustento de especies pesqueras, que alimentan a 1.000 millones de personas. La mayor formación coralífera del mundo, la Gran Barrera de corales de Australia, se ha reducido dramáticamente. El aumento del calor mató a la mitad de la población coralífera en los últimos 25 años. Así lo demostró un estudio de especialistas australianos en que se indica que “casi todas las especies están declinando. La situación seguirá empeorando si no se toman medidas drásticas contra el calentamiento global”.
Hay un camino para enfrentar estas y otras catástrofes climáticas muy cercanas, pasar de energías sucias a energías limpias. Lo exigió el Acuerdo de París, lo demandan vigorosamente las sociedades civiles, jóvenes que según las encuestas son en un 90% pro verdes, y sectores empresariales avanzados.
El CEO del mayor fondo de inversión mundial Black Rock, Larry Fink, pidió sostenibilidad a las empresas y planteó “que el cambio climático será definidor para sus perspectivas”.
Hay países en esa dirección como varios europeos, los nórdicos, la innovadora Israel, pionera de la energía solar. Están creciendo las inversiones en energía eólica, marina, solar, biomasa, hidrógeno, y otras no contaminantes. Se han bajado los costos de producirlas. Se estima que crecerán en un 10% en el 2021. Hay obstáculos, como los intereses creados que lucran con las energías sucias y el negacionismo del cambio climático.
Los tiempos apremian. Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, enfatizó: “es necesario decir que la COVID es la crisis del momento, pero el cambio climático es la crisis del siglo”.
(*) Bernardo Kliksberg es asesor especial de diversos organismos internacionales.