Pocos días antes del inicio de las clases, empezó el mes hebreo de Adar. Y, al decir de los Sabios, “desde el momento en que entra Adar, aumentamos en alegría”.
No dijeron “desde el momento en que comienza Adar”, sino “desde el momento en que entra Adar”. El desafío es dejar entrar a Adar en nosotros, una experiencia plena no sólo de alegría sino también de seguridad en la incertidumbre.
Se acerca Purim, una fecha que festejamos con disfraces, matracas, máscaras. Este año de bailes distantes y de máscaras transformadas en barbijos, este año que nos tocó en suerte vivir (“Purim” significa “suertes”), nos interpela más que nunca en nuestra capacidad de respuesta.
El núcleo de la cuestión no es qué nos tocó en suerte o en mala suerte, sino cuál es nuestra respuesta, como seres humanos libres, a los desafíos de la vida. El énfasis no está en “lo que puede pasar”, sino en lo que somos capaces de hacer.
Hoy se habla de riesgos de todo tipo, epidemiológicos, sociales, económicos. Nuestra historia está llena de situaciones de peligro, y el Libro de Ester que acompaña a la festividad rebosa de inspiración y optimismo para enfrentar la adversidad. Ante un adversario que “echó suertes” a fin de encontrar un momento propicio para la destrucción, los líderes judíos de aquel tiempo corrieron los riesgos que fueron necesarios con la convicción de que habría “révaj vehatzalá”, alivio y salvación.
No apelaron a la suerte, sino a la convicción.
No se dejaron vencer por el peligro ni vacilaron. Actuaron convencidos de estar enfrentando lo mejor que podían los desafíos de su tiempo, y confiaron en que tendrían éxito.
Ante la incertidumbre, se aferraron a una única certeza que podemos tener: la de esforzarnos al máximo para estar a la altura de las circunstancias, para beneficio de las personas sobre las cuales tenemos responsabilidad.
Se acerca un tiempo –y una oportunidad- de cobijar, acompañar, cuidar, proteger, enseñar no sólo contenidos sino también actitudes, irradiar serenidad aún ante los riesgos, multiplicar nuestra capacidad de escucha y contención.
La única certeza es que tenemos recursos y somos capaces de esforzarnos para hacerlo bien.
Si ponemos manos a la obra con la convicción de estar haciendo lo que consideramos adecuado en las vicisitudes cambiantes que nos toca enfrentar, ensayando, recalculando y mejorando con nuestro mejor empeño e intención, significa que Adar entró en nosotros. Y eso por sí mismo aumenta la alegría y la irradia a cada rincón de nuestra vida.
¡Que compartamos un ciclo lectivo rebosante de salud, bendición y aprendizaje!